¡Qué hermosa melodía fue negada en el Edén,
Que perfecta fantasía arrebatada con dolor!
De confusión herido fue a expulsar con desdén,
A su más bello ángel, Dios, de los brazos del amor.
¿Por qué me condenas al horror que ambos sufriremos?
Jugando a ser dueño del deseo y del ardor,
Profanando lo único que ambos juntos poseemos,
Arrancándome del pecho mi fuego interior.
Si me privas del amor, de mi cuerpo enamorado,
Te Juro, por lo vivo y por lo muerto, destruir tu corazón,
No parar hasta que tu espíritu yazca olvidado,
Y Arropado por diablos de tu infierno sin compasión.
Tú, dios de madera, falso profeta del amor,
Tú que otorgas y arrebatas a placer y voluntad,
Yo maldigo y te condeno al dolor abrasador,
De una vida mancillada con traición y soledad.
Y ahora marcha, cuervo vetusto portador de la maldad,
Que a tu paso no dejes pluma alguna de tu vuelo,
Bastante desterraste tu bello ángel a la terrible oscuridad,
Suficiente ya privaste a tus hijos de tu cielo.
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