miércoles, 8 de julio de 2015

En la Noche más Oscura

Predijeron ya las sombras el cruel destino
al que santos y pecadores serían condenados:
A recorrer sin huellas paralelas el camino,
a llorar en pesadillas por lo que hemos olvidado.

Es temor; temor eterno, infinito e insondable
al profundo océano de la soledad marchita;
al que somos arrojados de forma irremediable
despojados de justicia por leyes no escritas.

Condenados a querer para jamás ser queridos;
condenados a ser queridos para nunca más querer.
Sentenciados a perder y no poder ser perdidos;
sentenciados a ser perdidos y jamás poder perder.

Como el temor de la sirena al defecto de su voz;
cuando ya los marineros nunca caigan en su amor.
Como el miedo de la muerte al fracaso de su hoz;
cuando ya no sea capaz de segar la vida y el calor.

El pavor que siente Dios en su noche más oscura
a que la cuchilla sesgue su otrora gran memoria;
acercando sus recuerdos a riberas sin cordura
fabricando en su mente fantasías ilusorias.

El temor de los dioses a la pérdida del cielo;
el pavor de los demonios a no ser corrompidos.
El terror de los ángeles a no alzar el vuelo;
el miedo de los hombres a la soledad y el olvido.