miércoles, 28 de octubre de 2015

La vida es bella si sabes apreciar las flores marchitas...

¿Alguna vez has visto un cadáver? Todo lo que vive se muere, se pudre, entra en descomposición. La carne es devorada por gusanos, los olores de la putrefacción te inundan las fosas nasales. Ese es el ciclo natural de las cosas; todo lo que empieza se acaba. Eso también es parte de la vida, ¿Te parece bello? Piensa en ello cada vez que reflexiones sobre la belleza de la vida, pues en esta también hay sufrimiento. Solo quien acepta eso; solo quien sabe que de los cadáveres nacerán nuevas flores puede asegurar que la vida es bella.


sábado, 3 de octubre de 2015

Cuando los Ángeles lloran..

Comprender, que no es igual hablar que vivir,
cuando arrojado desde los altos torreones
ves ebrios sueños y viejos demonios resurgir;
de los que besan, matan y apuñalan corazones.

Perdido y mil veces más perdido;
perdido aquí y ahora entre rimas rotas
entre cementerios de versos muertos del ayer.
Entre bosques de ataúdes de roca y acero,
de espíritus moribundos y adictos a la vida.

Futilidad de la vida al recuperar la visión
del aquí y del ahora, nunca jamás del ayer.
Vivo de cuerpo a los pies de un callejón,
muerto de alma encontrado al amanecer.

Contribuyendo mañana al poderoso drama
con un fragmento de mi débil ser;
sirviendo de epitafio a mi última morada
aquella en la que he de fallecer.


miércoles, 8 de julio de 2015

En la Noche más Oscura

Predijeron ya las sombras el cruel destino
al que santos y pecadores serían condenados:
A recorrer sin huellas paralelas el camino,
a llorar en pesadillas por lo que hemos olvidado.

Es temor; temor eterno, infinito e insondable
al profundo océano de la soledad marchita;
al que somos arrojados de forma irremediable
despojados de justicia por leyes no escritas.

Condenados a querer para jamás ser queridos;
condenados a ser queridos para nunca más querer.
Sentenciados a perder y no poder ser perdidos;
sentenciados a ser perdidos y jamás poder perder.

Como el temor de la sirena al defecto de su voz;
cuando ya los marineros nunca caigan en su amor.
Como el miedo de la muerte al fracaso de su hoz;
cuando ya no sea capaz de segar la vida y el calor.

El pavor que siente Dios en su noche más oscura
a que la cuchilla sesgue su otrora gran memoria;
acercando sus recuerdos a riberas sin cordura
fabricando en su mente fantasías ilusorias.

El temor de los dioses a la pérdida del cielo;
el pavor de los demonios a no ser corrompidos.
El terror de los ángeles a no alzar el vuelo;
el miedo de los hombres a la soledad y el olvido.


jueves, 28 de mayo de 2015

Recuerdo Infantil

El era un niño cuando la conoció. Pero era capaz de recordarla como si la estuviera viendo. Ella tenía una preciosa melena de cobre, rizado, suave, sedosa, los ojos grandes, azules, con pestañas rizadas, la nariz pequeña, preciosas pecas, los labios carnosos, la piel dorada. Aún recordaba como ambos jugaban juntos a la sombra de aquellos árboles cuyos nombres nunca había sido capaz de memorizar. El sol del otoño apenas alcanzaba a tostar sus pálidas pieles y los suaves vientos arremolinaban la hojarasca seca como un preludio del invierno venidero. Apenas presentían la sombra de la podredumbre que sobre ellos se cernía y tampoco hicieron caso a los funestos graznidos de los cuervos, siempre señales de malos augurios. Aunque estos se cumpliesen quince años después.

Ahora que el ansia devoradora de las llamas se reflejaba en sus pupilas todos los recuerdos de tiempos felices se agolpaban junto a las puertas de su memoria. Casi parecía como si también quisiesen arder junto a su alma en la gran hoguera purificadora. No había descanso en aquel lugar para el pecado, aún cuando el demonio había logrado anidar en los corazones de sus vecinos y de... su amada. Como una maraña de espinas, aquel vasto y oscuro poder había desgarrado todo lo luminoso que había en lo poco que ella mantenía de su espíritu. O al menos aquello era lo que les era lícito creer.

Él era ahora un hombre de Dios. Quizás nunca hubo nacido para tal cometido, pero las vicisitudes del destino lo habían colocado en aquella incomoda y traicionera posición. Su deber era acabar con el pecado allá donde se manifestase y bajo cualquier forma que adoptase. Incluso cuando tomase la apariencia del amor inocente. Sabía que aquella ya no era la mujer de la que una vez estuvo enamorado, sabía que no era la niña con la que tiempo atrás jugaba bajo los arboles de nombre desconocido. Lo sabía, su alma desconfiaba, su cerebro vacilaba, pero si fe le mantenía firme en aquella creencia.

"Ego te absolvo in nomine patris et filio et espiritui sancto". Pronunció mientras su mano realizaba un tembloroso gesto en forma de cruz, a la vez que una tímida y vergonzosa lágrima brotaba de sus ojos y resbalaba por su mejilla. En aquella santa tierra, ahora infestada y corrompida por la semilla del mal, no había lugar para la piedad, ni para la misericordia. La luz de Dios no osaba penetrar donde la mano del diablo había cultivado su mal. Y el hombre, el nacido del pecado, debía dictar sentencia y ejecutar la pena que erradicara la vileza de raíz. No, en aquella tierra no había compasión. Ni siquiera para los corazones que una vez compartieron destino. Ni siquiera para quienes una vez se juraron amor eterno.


lunes, 18 de mayo de 2015

A obscuras horas de madrugada

Brillaban tenues las velas
A obscuras horas de madrugada,
Temblorosas y temerosas de que noche,
Embebida de sueños y tinieblas,
Devorara en silencio sus llamas.
Era quizás la hora sombría
En que viejas historias se consumen
Junto al fuego mortecino de la hoguera.
Cuentos de espectros y de brujas,
de aullidos de los lobos a la luna
Y de sibilantes camposantos.
Con los fatuos titilantes en la niebla
Y la luz trémula del candil
Sosteniendo el aliento de la velas.
Era aquella hora aciaga
En que los vivos suaves reposan,
En qué los muertos altos caminan.
Quien ni vivo ni muerto
Recorre, farol en mano,
Los recónditos senderos de la noche
Entre el lúgubre bosque de lápidas.
A través del viejo camino,
Oculto a los ojos en tinieblas,
Conjura sombrías fantasmas 
De otras horas y otros tiempos.
¿A quien convoca aquella alma
Atormentada por espectros olvidados?
Brillaban tenues las velas
Entre el sendero de los ataúdes,
Pero nadie acudió a su brillo.
Aquella sombra bruja permanecía
Taciturna y solitaria entre lápidas
A obscuras horas de la madrugada.


lunes, 11 de mayo de 2015

Little Black Riding Hood

-¿Sabes una cosa? No existen los héroes-. Dijo mientras se limpiaba la suciedad bajo las uñas con un cuchillo mellado. -No los héroes vivos-. Añadió con una siniestra media sonrisa en los labios mientras la apuntaba con aquel trozo de metal sin filo. -Lo que hace héroe al asesino es la grandeza con la que muere y la fama que se lleva a la tumba-. Dijo dejándose caer sobre un antiguo y deslustrado sillón.

-Mira a tu alrededor, estamos solos en medio de la nada. Perdidos en una inmensidad de cientos de millas de terrenos boscosos, fría nieve y manadas de lobos que despedazarían tu cuerpo ahora mismo sin dudarlo un sólo instante. Ahí afuera sólo te espera la muerte-. Dijo señalando la puerta de la cabaña con el herrumbroso cuchillo. -Una muerte lenta y fría hasta que tu miserable cadáver destripado por colmillos de lobo se congele entre los malditos árboles-. Apuntó de forma pausada mientras en su rostro se dibujaba una mueca de sadismo lupino. -Aquí sólo estamos tú y yo. Tú sólo eres una pobre y afligida princesita en apuros, lo que me convierte a mí en lo más parecido a un héroe en millas a la redonda-. Clavó el arma afilada en uno de los brazos del viejo sillón en el que se encontraba sentado y soltando una breve risotada se levantó en dirección a la chica atada sobre la silla. Su paso era lento pero decidido y a cada movimiento la madera del suelo crujía con un desagradable gruñido que sonaba a podrido. Paso a paso hasta que se hubo colocado frente a ella de forma tan cercana que podía apreciar su olor a moras silvestres, virginidad temblorosa e inocencia perdida.

Sus ojos se clavaron en los de ella a la vez que colocaba sus enormes manos sobre sus hombros. Eran como zarpas de oso con descoloridas uñas llenas de suciedad. Pero no le importó, estaba concentrada en aquella mirada de bestia salvaje y en las palabras que salían de su boca junto a un apestoso aliento.

-Aquí, dentro de estas cuatro paredes yo seré tu villano y tu héroe; tu dios y tu demonio. Crearé tu propio infierno; especialmente diseñado para que sufras hasta poner tu cuerpo y tu alma al límite, seré tu perfecto demonio. Entonces, cuando no puedas soportar más dolor, me convertiré en tu héroe y te liberaré del sufrimiento a través de la muerte de tu cuerpo.- Dijo casi saboreando cada una de las palabras que pronunciaba. -Pero tu alma... tu alma es mía para siempre.- Añadió entre enfermizas risas justo antes de pasar su lengua por el cuello y parte de su rostro femenino, dejando un sendero de saliva sobre su piel y rematando la hazaña con una mueca de satisfacción lasciva.

-Te equivocaste-. Pronunció ella desafiante, interrumpiendo su discurso y logrando cortar de golpe las risotadas y sus macabros juegos. El rostro de sádica felicidad de él se tornó en amarga ira aderezada con toques de intriga.

-¿Qué quieres decir? ¡Habla!-. Dijo acercando las manos a su cuello como si fuese a estrangularla.

Ella sonrió lacónicamente.

-Estamos tú y yo solos, es cierto. Quizás los héroes no existan tampoco. Pero yo no soy princesa, te has equivocado de cuento-. Según terminó de pronunciar aquellas palabras, le propinó un fuerte cabezazo en la cara logrando partirle el tabique nasal y hacerle retroceder con una nariz chorreando sangre.

-¡Serás puta!-. Gritó él mientras se llevaba las manos a la nueva herida que tenía en el rostro.

Ella aprovecho para zafarse de las ataduras maltrechas que la mantenían retenida en la silla y se lanzó contra él, propinando una sucesión de rápidos golpes que impactaron en su pecho, estómago y riñones y que lograron hacerlo retroceder en dirección al sillón.

-Puta no, pero también jodo por dinero-. Añadió ella a la vez que le propinaba un fuerte puñetazo en la mandíbula.

-¡Te mataré, maldita zorra!-. Gritó haciéndose con el cuchillo mellado que había dejado clavado en el brazo del viejo sillón. Lanzaba puñaladas al aire con el afán de atravesar su cuerpo, pero resultando en un vano gasto de energía. Estocadas y tajos que no impactaban en objetivo alguno, hasta que ella logró atrapar su brazo y agarrándolo por la muñeca lo retorció contra su espalda. Él emitió un profundo grito de dolor y dejo caer el arma blanca que fue atrapada al vuelo por ella, quien soltando su brazo y realizando un movimiento giratorio, logró acuchillar el riñón de aquel hombre. Nuevamente el ambiente quedó inundado por un grito de dolor rabioso y desgarrado. Él apenas tenía fuerzas y soltaba sangre por varios puntos de su cuerpo, por lo que apenas se había convertido en un muñeco de trapo en sus manos.

-Sólo eres una princesita en apuros, pero nada has de temer; yo seré tu héroe y te liberaré del sufrimiento de este mundo-. Dijo ella sacándolo fuera de la cabaña de una patada en el estómago y cerrando tras de sí el portón de madera. El aullido de los lobos comenzaba a acercarse a través del helado viento y el olor de la sangre que emanaba de sus heridas atraía a las bestias como si fuese un dulce caramelo.

-Por el amor de Dios, ¡No me dejes aquí fuera! Déjame entrar, ¡Mátame! Pero no me dejes aquí fuera-. Suplicaba inútilmente entre lloriqueos de pánico y dolor mientras arañaba con sus sucias uñas la puerta. La sangre comenzaba a formar un pequeño charco sobre la nieve de la entrada, mientras que las huellas ensangrentadas de sus manos tintaban la puerta de entrada. Estaba solo y era un festín para las criaturas de los bosques que empezaban a agolparse a su alrededor. -Por lo más sagrado que exista, ¡Déjame entrar!-.

-Lo siento, pero no puedo ayudarte, no existen los héroes-. Sentenció ella desde el otro lado de ese portón de madera que separaba el mundo de los vivos y aquel infierno de aullidos helados.


jueves, 7 de mayo de 2015

Solo Oscuridad.

La maldición llegó a mí una fría noche de otoño, ocultando con su manto el pálido brillo de la Luna. En forma de sensual abrazo me envolvió la oscuridad, apenas un chasquido de sus dedos, un crujido de mis huesos... y morí. Recuerdo mi cuerpo inerte desplomado sobre el suelo de mi cuarto. Permanecía allí inmóvil, sintiendo el paso de décadas completas frente a mis ojos apagados. Y sin embargo tan sólo una noche sucedió hasta el amanecer. Escuchaba el aletargado susurro de la Muerte cantando canciones de cuna en mi oído. Los ritmos fúnebres de mi propio entierro me invitaban a adentrarme en las profundidades del infierno, pero no había alma capaz de embarcarse al otro mundo. Aquel día Caronte no obtuvo su pago, mi cuerpo yació bajo la húmeda tierra del cementerio y mi alma fue desgarrada en mil pedazos y devorada por una bestia salvaje.

No había luz al final del túnel, sólo oscuridad. Fui consciente de la nada más absoluta y de cómo la negrura ocupaba la dimensión infinita de mi mundo. Quizás el Infierno fuese aquel perpetuo baldío de tinieblas sin fin. Estar muerto es caer en la nada, desaparecer. Sentí miedo, nostalgia después y tras esto, sólo ira. Una ira voraz y sanguinaria contra la vida, contra la muerte, contra Dios y contra el vil Demonio que había ingeniado semejante tortura. Al final todos mis sentimientos se apagaron, todos salvo uno: Un hambre voraz, un deseo profano que no podía satisfacer en aquel limbo tortuoso. Aquel instinto sólo fue el principio, después un crujido de la madera rompió el silencio. El rumor de la tierra en la noche y finalmente el renacimiento de un alma condenada a vagar bajo la eterna Luna de su inmoralidad blasfema.

Mi corazón ya no latía al ritmo de la vida; no sentía alegría, ni desdicha. Sólo el profundo vacío del eterno abismo; un demonio interno hambriento e insaciable. El precio a pagar por la eternidad fue extremadamente elevado: La soledad inmortal. No habría un dios que me protegiese en la oscuridad, no habría calor ni luz que guiasen mi camino, no habría quien sostuviera mi mano en la no vida. Sólo vacío. No vivo, muero, sólo cazo. Como un depredador del Inframundo. ¿Qué soy? Nada. Polvo. Un cadáver. Soy colmillos en la oscuridad. Soy alas en la noche. Soy el consuelo de necios. Estoy muerta y tengo hambre.


sábado, 2 de mayo de 2015

¡Bang, Bang!

El arma se encontraba descargada sobre el mostrador.
-Dos tiros con este calibre, ¡Bang, bang! Y no le habrá dado tiempo ni a redactar su jodido testamento-. Dijo sonriendo de forma sádica a la vez que sostenía una bala entre sus dedos índice y pulgar.
-¿Dos? ¿No tiene algo que mate de un solo disparo?-.
-Bueno, eso ya depende de su puntería... y de la distancia. A menos de veinte metros esta maravilla fabricará un bonito cadáver con un maloliente agujero nuevo-. Guiñó un ojo mientras mantenía esa perturbadora sonrisa.
Cogió el arma lentamente, como si el tiempo no existiese. De igual forma retiró la bala de manos del vendedor y la introdujo en el cargador de tambor del arma ante la malsana sonrisa del comerciante. Cerró el cargador y con un movimiento corto pero intenso hizo girar la ruleta de metal dentro del arma.
-¿Y a quemarropa? Directo, entre los ojos, ¿Qué haría?-. Dijo colocando el cañón sobre la sudorosa frente del ahora no tan sonriente armero.
-Supongo que...-. Tragó saliva. -Supongo que no me gustaría ser el tipo al que le tocase recoger ese estropicio-. Su sonrisa se volvió apretada y tímida, casi como un vago tartamudeo.
¡Click! Apretó el gatillo disparando nada, silencio y miedo por aquel revolver.
-Me gusta. ¿Puede envolverla para regalo?-. Dijo vaciando el cargador en su mano y entregando el arma.
-S... si, si, por supuesto. ¿De... desea algo más el caballero?-. De pronto sus modales se volvieron terriblemente educados.
-No gracias-. Dijo a la vez que tomaba el arma y entregaba a cambio el dinero. -A no ser que haya cambiado de parecer en aquello en lo de recoger estropicios-. Añadió.
-¿Perdón?-. Su sonrisa ya se mostraba enormemente forzada.
-Nada, olvídelo, sólo era una broma-.Dijo dirigiéndose hacia la salida. -Por cierto, ¿Sabe dónde puedo contratar un buen servicio de limpieza?-. Sonrió desde la puerta.
-Eh...-. El dependiente permaneció con una extraña mueca de temor y desconfianza.
-No se preocupe, gracias por todo-. Colocó sus dedos simulando una pistola -¡Bang, bang! Ya nos veremos-. Y se marchó con una nueva sonrisa con la campanilla de la puerta sonando tras de sí.



lunes, 27 de abril de 2015

Tú, Yo y el Infierno

-Si hubieses hecho lo que te dije, ahora no tendríamos este problema. Pero no, no me hizo caso; y ahora estamos jodidos, realmente jodidos-. Dijo mordiéndose la uñas de forma irresistiblemente nerviosa.
*No eres tu quien da las órdenes aquí.*
-¿Que problema, Walter? Cuénteme, por favor-.
*¿Y por qué sigues escuchando al señor "batablanca"?*
-Oh, no se preocupe doctor, no me refería a usted. Es sólo que... bueno, lo siento por el desastre-. Dijo mostrando una sonrisa forzada.
-¿A quien se refiere, Walter? ¿Qué desastre es este? No tema, puede confiar en mi-.
-A Víctor, por supuesto. Él esta, bueno...-. Dijo bajando la mirada.
-Interesante, ¿Quien es Víctor?
*Cierra la puta boca, Walter. No hables más. No digas más. ¡No menciones los jodidos cadáveres!*
-Sí... los cadáveres-. Murmuró.
-¿Cadáveres, Walter?-.
*Sí, cadáveres. Tres malditos cadáveres! Cuatro cuando acabe contigo.*
-¡Cállate!-. Dijo llevándose las manos a la cabeza y actuando de forma agresiva.
-¿Qué me calle? Walter, ¿Se ha tomado la medicación diaria?-.
-Oh no, doctor, lo siento, no me refería a usted-. Se iba poniendo nervioso por momentos.
*Eres un jodido loco, piensa que eres un jodido loco, Walter. ¿No te das cuenta?*
-Lo siento, Walter, pero creo que será mejor ponerle un sedante y continuar más tarde-.
*No puedes permitirlo, Walter. ¿Vas a dejar que te encierren de nuevo?*
-¡No, otra vez no!-. Dijo alterado.
-Lo Siento, Walter, es por su bien. Llamaremos al enfermero para que le administre el sedante-.
*Acaba con él, Walter. Te drogará y te encerrará como a un loco. No puedes permitirlo, ¡Mátalo!*
-No... no quiero-.
-Es por su bien, Walter. Después de esto se sentirá un poco mejor-. Se giró hacia la puerta buscando con la mirada al enfermero.
*Ahora Walter. Acaba con él ahora. ¡Parte el cuello a ese cabrón!*
-No quiero volver a hacerlo, yo...-.
Hazlo, puto inepto, o acabo yo contigo.
-Tranquilo, Walter enseg...-.
Un par de segundos más tarde el crujido seco y desagradable rompió la conversación.
*Muy bien, Walter. Encarguémonos de los cadáveres antes de que llegue el enfermero. No nos volverán a atrapar. Te lo prometo, Walter.*
Y se quedaron allí, en aquella sala de esterilizado color blanco impoluto. Walter, el infierno, un psiquiatra muerto y sólo dios sabe cuantos cadáveres imaginarios más.


jueves, 23 de abril de 2015

Alma de Caballero.

Este año no hubo suerte en el concurso del Día del Libro en la Universidad, no siempre los dioses de la literatura pueden estar conmigo. Pero aunque no haya ganado, al menos he participado con un relato que resume bastante bien mi idea de Castilla. Lejos de glorias pasadas, de historias de reyes y de conquistadores, el alma castellana siempre me resulto terriblemente melancólica. Pero no una melancolía amarga, sino dulce y romántica. Y no hay mayor romántico en esta tierra que el gran Don Quijote; ese soñador empedernido con el que tantas cosas tengo en común. Aquí pues tenéis el relato (no ganador) de este certamen:


Alma de Caballero.

"Siempre soñé con ser caballero andante y que el polvo del camino ensuciase mi capa. ¿Acaso un caballero de brillante armadura no es un hombre que jamás puso a prueba su espíritu? Yo quise levantarme en armas contra el mundo; imaginé que emprendía un viaje, como diría el poeta, una tarde parda y fría de invierno. Bajo la tormenta combatiría a Briareo y sus secuaces, eternamente, mientras el sol guiase mis pasos y aun tuviese aliento para mantenerme en pie. Mataría dragones, rescataría damas y pelearía por el amor verdadero. ¿Acaso se puede hallar más noble ideal que defender el auténtico amor? Todo aquello imaginaba para evadirme de la monotonía de la lluvia tras los cristales. Pero siempre hubo algo sombrío en mi alma castellana. La melancolía y la resignación a una triste verdad: Que no importa cuán alto se alce el acero, pues en este mundo los gigantes siempre acabarían triunfando. Y que no había más opción que aceptar el fracaso o convertirse en un fiero dragón. En ese mismo momento, mientras tronaba el maestro con su timbre sonoro y hueco, yo había tomado una decisión; había elegido mi camino. ¿Hacia dónde nos dirigimos? Me pregunté entonces. Y es ahora, en mi lecho de muerte, cuando con una sonrisa hallo la respuesta. Aquel era un camino hacia lo más profundo de mi alma; hacia el valiente sueño de un niño dispuesto a todo con tal de rendir unos viejos molinos y de conquistar el amor verdadero."


sábado, 18 de abril de 2015

La Curiosidad Mató al Gato

Aparecía con el primer brillo del amanecer, siempre; meditabundo, triste y curioso. Aparecía con sus ojeras de erudito trasnochado, con su melancolía de papel y tinta y con su curiosidad de gato que no teme a la muerte. Pero él sí temía a la muerte: Se sentaba allí, sobre la roca fría frente al árbol marchito. Se paraba a contemplar cómo el viento mecía ambas sogas; una llena de muerte, otra vacía de ella. Y sentía curiosidad y miedo.

-Vamos, háblame, ¿Cómo es estar muerto? ¿Qué hay al otro lado?-. Día tras día planteaba la misma pregunta y día tras día obtenía la misma respuesta; el suave balanceo del cadáver colgado de la rama.

No podía asegurar si eran sus labios quienes formulaban la pregunta o si quizás fuese su espíritu, ese en el que no creía, el que se atrevía a romper el silencio. No creía en dioses ni demonios, sin embargo estaba siendo devorado por un infierno de incertidumbre y angustia que lo impulsaba a conversar con un cadáver. «Desde luego, si Dios existe, tiene un peculiar y retorcido humor negro», pensó.

-Verás, yo nunca he sido un hombre religioso, eso bien lo sabes tú. Y, ¡Qué diablos! Me aterra desaparecer en la nada, perderme en la oscuridad. Siempre fuiste mi amigo, no había secretos entre nosotros, ¿Por qué ahora guardas silencio? ¿Cuéntame que se esconde tras este último viaje?-. Decía mientras clavaba su mirada en las cuencas vacías del colgado. -Dime que hay un Infierno al otro lado; dime que ahora eres un recién nacido dentro de los brazos de su madre; ¡Dime que no voy a desaparecer en la inmensidad de algo que desconozco! Dime...-. Clamaba casi implorándole a ese Dios que creía inexistente.

Pero no hubo respuesta. No se manifestó Dios alguno a través de una zarza ardiente; no descendieron ángeles celestiales para entregar ninguna buena nueva; no apareció el demonio para sellar un pacto con un beso y treinta monedas de plata. Sólo el silbido del viento y el balanceo de las sogas que como tentadoras serpientes resultaban hipnotizantes en la vida y seductoras en la muerte.

-¡Maldición! Está claro que en esta vida, ni vivos ni muertos; ni dioses o demonios, harán nada que no haga nadie por sí mismo-. Y continuó maldiciendo y refunfuñando mientras trepaba por el tronco del difunto árbol hasta alcanzar la rama que poseía la soga sin dueño. Y agustándosela al cuello como una última corbata, se sentó sobre la rama que habría de sostener su peso muerto. -Tiene gracia, ahora entiendo aquello de "la curiosidad mató al gato"-. Soltó un par de maníacas carcajadas de terror absoluto y de pronto un golpe seco y sordo sacudió todo el ramaje del centenario y cadavérico árbol.

Sin último deseo, sin corona de flores. No había viuda ni plañideras; ni testamento, albacea o sepulcro. Tan sólo un epitafio nunca escrito: «Aquí yace quien fue arrastrado por el miedo y muerto por la curiosidad».




martes, 14 de abril de 2015

Recuerdo de Diciembre.

Recuerdo la fría nieve de Diciembre, con su albina pureza profanada por el calor de la sangre. Los desgarradores gritos que se perdían en la inmensidad de la noche y las altas columnas de fuego elevándose desafiantes contra los demonios de la oscuridad. Recuerdo el olor de la carne quemada y el ferroso aroma que desprendían los cuerpos, una balada triste de sensaciones olfativas que me hizo vomitar. Entre las humaredas de las llamas vislumbré la cruz, poderosa e infame, como la hoz que se erige para segar las vidas de los blasfemos y los pecadores. Palabras como pecado, expiación y penitencia penetraron en nuestro vocabulario con la misma frialdad con la que una espada atraviesa carne y huesos para clavarse profunda en el corazón. Recuerdo que los viejos dioses nos abandonaron, no con una mueca de tristeza, sino con la vana sonrisa de quien se ha rendido al acero enemigo. Hablaban de piedad y redención, pero no hubo piedad aquella noche y la única redención posible fue la aceptación de la muerte. Allí murió el último reducto de libertad, mutilada, como cuervo al que se le han arrancado las alas. Después de aquello la nieve no volvió a ser pura, ni el viento volvió a mecer las hojas de los árboles. La tierra se volvió yerma y el tiempo de los dioses y los héroes dio paso a la era del martirio, la vergüenza y la melancolía.

Lo recuerdo como un sueño; una vívida pesadilla que acude a mi mente todas las noches. En esa hora infame en la que las brujas cabalgan sus escobas, yo me debato entre ensoñación y vigilia; entre los restos del infierno y los fragmentos paupérrimos que conforman mi realidad presente. Y ahora, como un perro abandonado, me postro ante los asesinos de mi estirpe. Aquel sádico dios que ofrece con una mano y arrebata con la otra. Sus ministros prometen el paraíso, pero sé que no hay esperanza a la sombra de la cruz. Es pérfida y traicionera, como la lengua de sus portadores; un negro augurio de tiempos que han de venir arrastrando consigo la guerra, la agonía y la condenación de cuantas almas encuentren a su paso.

Lo recuerdo todo, siempre en mis sueños, en mis horas más oscuras. Recuerdo la fría nieve de Diciembre, con su albina pureza profanada por el calor de la sangre...


viernes, 10 de abril de 2015

Querido John

John, querido John. Aún conservaba parte de su singular belleza y el amor que ella sentía por él apenas había comenzado a extinguirse. Lo amaba, sabía que no debía hacerlo, pero lo amaba. Él ya no era su John, había dejado de serlo en el mismo instante en el que le rebanó la garganta de un mordisco. La sangre manaba a borbotones de su cuello mutilado a bocados y se estaba ahogando en su propio líquido vital. Tendida en el suelo sobre un charco de su propia sangre, contemplaba sus ojos ahora vacíos y muertos. Había sido el amor de su vida y ahora... no era más que un mero trozo de carne muerta que por alguna extraña razón aún se mantenía en pie. En pie y sediento de sangre. Extendió su mano e intentó pronunciar su nombre. En su cabeza resonaba el nombre de John, pero a su boca solo acudían las gárgaras sanguinolentas de una moribunda con el cuello desgarrado. Apelando a los sentimientos de un cadáver, acarició con la mano extendida la piel muerta de su rostro. Sólo quería un último deseo, un último beso de su querido John. Él agarró suavemente la mano de ella mientras sus dedos resbalaban por su rostro y se quedó ensimismado contemplando como la luz se apagaba en sus ojos azules. Había entendimiento, había amor en el corazón inerte del cadáver de su esposo. O eso quiso ver ella, puesto que con un rápido movimiento él la agarro por la muñeca de forma violenta y acercó sus labios secos y ensangrentados a la boca de ella, transformando el suave beso en una pasional dentellada que que desgarró y arrancó de cuajo su labio inferior. No podía gritar, la agonía era intensa, eterna, asfixiante como ahogarse en un puré espeso, cálido y rojizo. Sólo podía llorar, emanar sangre por los ojos como si el infierno se hubiese desatado dentro de su cuerpo. Una fracción de segundo después, simplemente allí tendida se ahogó en su propia muerte.

Y es que amar a un zombie puede llegar a costarte sangre, sudor y lágrimas...