martes, 14 de abril de 2015

Recuerdo de Diciembre.

Recuerdo la fría nieve de Diciembre, con su albina pureza profanada por el calor de la sangre. Los desgarradores gritos que se perdían en la inmensidad de la noche y las altas columnas de fuego elevándose desafiantes contra los demonios de la oscuridad. Recuerdo el olor de la carne quemada y el ferroso aroma que desprendían los cuerpos, una balada triste de sensaciones olfativas que me hizo vomitar. Entre las humaredas de las llamas vislumbré la cruz, poderosa e infame, como la hoz que se erige para segar las vidas de los blasfemos y los pecadores. Palabras como pecado, expiación y penitencia penetraron en nuestro vocabulario con la misma frialdad con la que una espada atraviesa carne y huesos para clavarse profunda en el corazón. Recuerdo que los viejos dioses nos abandonaron, no con una mueca de tristeza, sino con la vana sonrisa de quien se ha rendido al acero enemigo. Hablaban de piedad y redención, pero no hubo piedad aquella noche y la única redención posible fue la aceptación de la muerte. Allí murió el último reducto de libertad, mutilada, como cuervo al que se le han arrancado las alas. Después de aquello la nieve no volvió a ser pura, ni el viento volvió a mecer las hojas de los árboles. La tierra se volvió yerma y el tiempo de los dioses y los héroes dio paso a la era del martirio, la vergüenza y la melancolía.

Lo recuerdo como un sueño; una vívida pesadilla que acude a mi mente todas las noches. En esa hora infame en la que las brujas cabalgan sus escobas, yo me debato entre ensoñación y vigilia; entre los restos del infierno y los fragmentos paupérrimos que conforman mi realidad presente. Y ahora, como un perro abandonado, me postro ante los asesinos de mi estirpe. Aquel sádico dios que ofrece con una mano y arrebata con la otra. Sus ministros prometen el paraíso, pero sé que no hay esperanza a la sombra de la cruz. Es pérfida y traicionera, como la lengua de sus portadores; un negro augurio de tiempos que han de venir arrastrando consigo la guerra, la agonía y la condenación de cuantas almas encuentren a su paso.

Lo recuerdo todo, siempre en mis sueños, en mis horas más oscuras. Recuerdo la fría nieve de Diciembre, con su albina pureza profanada por el calor de la sangre...


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