viernes, 4 de abril de 2014

Abajo entre los Muertos I

La lluvia, la maldita lluvia. Uno jamás podía librarse de aquella malsana costumbre que tenía el cielo por empaparlo todo constantemente. Ni siquiera los difuntos se libraban de su húmedo y pegajoso toque, pensó mientras contemplaba la delicada película de humedad que cubría aquella bolsa para cadáveres. Apenas habían pasado unas horas desde que había llegado a la ciudad, ni siquiera tuvo tiempo de instalarse, cuando el deber reclamó sus servicios. Un servicio para con los vivos y un deber para con los muertos. Al menos pensó que sería su credo cuando decidió estudiar medicina forense en la universidad de Glasgow.

Ahora había vuelto a sus raíces, a su Escocia natal y sin embargo se encontraba allí plantado, frío e inmóvil, frente a un cuerpo aún más frío e inerte. No es que fuera muy distinto del lugar del que venía. El mal tiempo era un mal endémico en todo el Reino Unido y los hombres tenían la mala costumbre de fallecer tanto aquí como allá, independientemente de todo lo demás. Quizás por eso no sitió esa especial calidez al volver a su hogar, porque durante estos años la morgue se había convertido en su nuevo hogar. Y esta tendía a ser todo salvo cálida.

Habían pasado casi 15 años desde el fallecimiento de su madre y desde entonces aún su muerte seguía siendo un interrogante constante en su vida. Quizás fue aquello lo que le impulsó a estudiar aquella profesión. Sentía que tenía un compromiso; hacer justicia a los muertos y dar descanso a los vivos. Y hasta entonces había cumplido intachablemente con su obligación, tanto incluso que en apenas cinco años había sido trasladado y ascendido a forense jefe del departamento de policía de Glasgow. Indudablemente parecía como si tuviera un don para entender a los muertos.

Sin embargo, ahora en su ciudad natal, se sentía extrañamente impotente frente a aquella bolsa fúnebre. Los recuerdos le jugaban malas pasadas, sentía un millar de pensamientos gritando de locura dentro de su mente e incluso se sentía un tanto mareado ante la sola perspectiva de abrir aquel recipiente de plástico y encontrar su rostro pálido dentro. No podía afrontarlo, era algo que encogía su corazón y le daba nauseas. Incluso sentía como si un extraño zumbido, como un susurro, emanase imperceptible de aquella bolsa negra. 

Lo llamaba, lo atraía hacia sí. Era repulsivo pero a la vez atrayente. Sentía que debía abrir la bolsa, sentía que debía enfrentarse a algo. Se acercó lentamente extendiendo su mano sobre la cremallera de metal frío. Por alguna razón su corazón latía a un ritmo demencial, bombeando sangre a todo su cuerpo. Latía, gritaba dentro de su pecho y aquel susurro se intensificaba. Se acercaba más y más. Agarró la cremallera y un sonido seco y duplicado le sobresaltó.

-El doctor Doyle, supongo. No nos han presentado-. Dijo una voz extrañamente amigable a la vez que llamaba a la puerta entre abierta. –Oh, por el amor de Dios, acaba de llegar y ya está con trabajo, ahora entiendo cómo ha ascendido tan rápido-. Bromeaba para romper el hielo. –Venga a tomar un café y a presentarse. Ese trabajo suyo creo que… puede esperar un poco más, ¿No cree?-. Sugirió con una sonrisa complaciente.

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