jueves, 27 de marzo de 2014

Por Una Mirada...

Siempre había oído hablar de la refinada educación de los caballeros ingleses, aunque hasta entonces lo había tomado tan sólo como un mito. No afirmaría que aquel individuo fuese un caballero, pero desde luego sí que era inglés; su acento lo delataba, la palidez de su rostro hablaba por él y su gentileza no era propia de los comunes individuos alevosos de su profesión. Aquel hombre era distinto, o al menos lo parecía en la oscuridad de mi dormitorio. También su tono de voz sonaba afable y relajado cuando comenzó a hablar tras haberme sacado de mi sueño.

«Disculpe señora, pero hemos venido a robar. Sería tan amable de entregarnos todo su dinero y sus objetos de valor, por favor. Agradeceríamos que no gritara, eso sería muy desagradable para todos nosotros. Si coopera le prometo que ni usted ni su vivienda sufrirán daño alguno». Es curioso, en aquel momento hubiese jurado que trataba de flirtear conmigo, de no haber sido por el resto de sus compañeros y sus insidiosas miradas. Yo le sonreí, aun no sé por qué, pero le dediqué una bonita sonrisa y le respondí: «Por supuesto, si tienen la amabilidad de esperar unos minutos recopilaré todos mis objetos de valor». Lo cierto es que era imposible resistirse a los encantos de aquel apuesto asaltante nocturno. Tenía unas facciones perfectas, sin ningún rastro de cicatrices u otras marcas que pudieran enturbiar su belleza. Su cuerpo delataba a alguien apasionado por el deporte, era sin duda una complexión atlética, aunque la escondiera bajo aquella vestimenta oscura y cerrada. Y su mirada… era fría, azul y penetrante, como un vasto océano en calma. Tan sólo con mirarte era capaz de llevarte de su mano hasta el mismísimo infierno. Era dulce y hermoso y yo no quería romper la cortesía de aquel momento.

Recuerdo que el pulso le temblaba mientras sostenía el arma con la que me apuntaba. No alcanzaría a determinar por qué, pero recuerdo perfectamente esos temblores. Como ese nerviosismo al dar el primer beso, como esa tiritera que se apodera de ti la primera vez que haces el amor. Quizás aquella fuese su primera vez. Yo me mostré comprensiva: «No temas, todo saldrá bien, cielo». Dije para calmarlo mientras colocaba a oscuras sobre la mesa las joyas que había heredado de mi familia. Al ver todo aquel brillante metal áureo, aun a pesar de las tinieblas en las que se encontraba la estancia, se puso aún si cabe más nervioso. «Tranquilo cariño, relájate, lo estás haciendo muy bien». Le susurré con mi voz más dulce a la vez que me acercaba para regalarle mi abrazo. Pero algo me interrumpió, un sonido seco y sordo. El sonido de un disparo; de una bala dejando el cañón de metal y penetrando a través de la sangre y la carne. Y mi cuerpo se desplomó sin vida e impregnado de carmesí. En ese momento los recuerdos se hicieron borrosos, la memoria me falla. Pero sin duda recuerdo sus ojos fríos y azules. Recuerdo su mirada penetrante atravesando toda mi alma, esa mirada que al final logró arrastrarme al infierno.


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