lunes, 27 de febrero de 2012

Masked Angels

Él miró sus preciosos y profundos ojos, que brillaban como esmeraldas a través de los orificios de su hermosa mascara veneciana.
-¿Me concedéis este baile?-. Preguntó extendiendo su mano cubierta de dorados anillos.
Ella aceptó con un sensual gesto de cabeza y levantándose de su posición le tomó la mano y comenzaron a bailar.
La máscara impedía apreciar la singular belleza de su rostro, pero a él no le hacía falta. Solo bailaban como si el tiempo se hubiese detenido en aquella sala dorada recubierta de espejos, rodeados de multitud, pero únicos. Dos ángeles que danzaban al ritmo de una conmovedora melodía celestial.
Hasta que inmersos en un sueño infinito ella levanto la mascara que la ocultaba, revelando a una hermosa dama, un ángel salido de un sueño perfecto.
Y retirando suavemente la máscara de él, lentamente besó sus labios.
-Te amo-. Ambos susurraron a la vez.
Y ambos quedaron unidos en perfecta sintonía, como dos preciosas criaturas que se elevaron a lo más alto de los cielos.



sábado, 25 de febrero de 2012

Siempre

 Bella dama de ojos traviesos,
dulce rosa que hipnotizas mi mirada.
Tuyos serán mis suaves besos,
pues de ti mi alma quedó enamorada.
No existen palabras en gotas de cristal,
que mueran en el rostro de este caballero.
No existe ningún sueño capaz de imaginar,
un regalo mejor que tu amor sincero.
Guarda estas palabras en tu corazón.
Tú, ángel de mi vida serás testigo,
pues aunque oscura sea tu habitación,
por siempre jamás estaré contigo.


jueves, 23 de febrero de 2012

Hijo de la Sombra


Desterrado del cielo y arrancado del infierno,
enamorado en ataúdes de mentiras y engaños,
mientras beso a beso va muriendo lo eterno,
mientras lágrima a lágrima escapan los años.
Arropado por el abrazo del beso homicida,
en la sutil danza en el jardín de la bruma.
Perdido y encontrado en océanos de vida,
balanceándome en la noche cual pluma.
Sexo y lujurias con pasiones e injurias,
mezclados con el néctar de los muertos,
conforman el etéreo flujo de memorias,
vagando por el frio hielo de los desiertos.

Ven, dama que suplicas por el placer,
acurrúcate en la lascivia de mis alas.
Saborea la dulce sangre de mi querer,
muerte y noche serán para ti atadas.

Fúnebre melodía para una canción de cuna,
escucha los versos plasmados en esta hoja.
Consulta a la noche y suplica a la luna,
que entre muerte y vida tu alma escoja.

martes, 21 de febrero de 2012

St. Valentine

De tus ojos infinitos y tu boquita de miel,
se escapan los suspiros de un te quiero,
de esos dulces labios por los que muero,
que entre versos y lagrimas escapan la hiel.

perderme en el placer de tu sonrisa,
colarme en tu cuerpo sin invitación,
recitar a tu alma una suave canción,
y viajar junto a tus besos en la brisa.

Pues por amor yo viajaría,
a los confines de las estrellas,
y allí de entre las más bellas,
la más brillante te regalaría.

Y jamás hubiera ni en mis sueños imaginado,
contemplar a la más bella y preciosa criatura,
y de tan hermoso ángel quedar enamorado.

domingo, 19 de febrero de 2012

El Beso de Lucifer V: Palabra de Dios

Un frio intenso comenzaba a apoderarse de aquella oscura habitación, tan solo iluminada por la tenue y mortecina luz que ofrecían unos desgastados cirios.
-Tú-. Exclamé con fiereza mientras levantaba el puño en alto.
-Tú y solo tú eres el culpable de todo esto-. Añadí.
En mi corazón se debatían el odio y un sentimiento de amarga justicia. Ambos luchaban a la par y se extendían por todo mí ser.
<Hijo mío, solo tú eres quien ha provocado esta situación, quien ha traído el sufrimiento a este mundo>.
-¡Basta! No deseo escuchar más tu voz ni tus mentiras-. Gritaba a la nada. – ¡Silencio!-.
Por un momento la voz cesó y suspire aliviado, relajado mi cuerpo. Pero este nuevo sentimiento de calma no duró mucho.
<Ansías justicia… más justicia hallarás, pues lo que tu corazón de verdad clama es venganza, contra mí, contra mis hijos, y más que nada contra ti mismo y toda tu arrogante esencia>.
Apreté los dientes con fuerza mientras agarraba con firmeza la empuñadura de mi arma envainada.
-¿Mi corazón, padre? Tú me arrancaste mi corazón aquel día. Tú me despojaste de mi alma cuando preferí morir en libertad a vivir en silencio-. De pronto noté como mis ojos comenzaban a empañarse. –Acaso crees que no me dolió… Aquel día lloraste sangre Padre, la sangre de tus propios hijos, que enviaste a morir para satisfacer tu orgullo-. Sequé mis lágrimas y continué.
-Te atreves a hablarme de arrogancia, ¿Tú? ¡Que el infierno me lleve de nuevo si tu sangre no siembra una nueva y reluciente vida!-.
Me desahogué, necesitaba expresar todo aquello, sentirme libre y no dejaría que entrara de nuevo en mi cabeza, no con sus trucos y mentiras.
<Me entristeces hijo mío…>.
-No es tristeza padre, es miedo. Sientes un profundo temor a no tener razón, a que algo se salga fuera de tu divino plan y lo disfrazas de tristeza. Tu visión por fin alcanza a contemplar un posible final y eso te aterra, te consume. ¿Acaso existiría esta conversación de otro modo?-. Añadí con palabras cargadas de verdad.
<Siempre fuiste terco, Samael. Si es lo que quieres lo tendrás, que tu sangre llueva sobre la tierra>. Su voz resonó furiosa.
-Ese es el único idioma que conoces, Padre. El idioma del miedo y de la muerte. Pero, ¿Sabes? Ya no te temo, adelante-.
Extendí mis brazos en alto y abrí mis ojos a la vez que comencé a gritar:
-¡Mátame! ¡Mátame! ¡Máteme! ¡No te tengo miedo, vamos!-. Exclamé con violencia.
Esperando algo que no iba a ocurrir, una extraña sonrisa se dibujó en mi rostro, me sentía limpio, complacido como no lo había estado en mucho tiempo.
-No eres tan poderoso… nunca lo fuiste. Tan solo una fiera voz que agitaba el viento como truenos-. Contesté riendo.
<Nunca aprenderás, Samael. Diez mil años no fueron suficientes. Tu muerte no será suficiente… nada cambiará. ¡Nada! ¿Me oyes?>.
Aquella voz parecía haberse retirado al fin. Al fin me encontraba solo junto a la sepulcral luminosidad de las velas.
Metido en un millar de pensamientos que se zarandeaban en una tempestad en el mar de mi memoria. Absorto y embaucado por la oscuridad que me propiciaba la estancia. Silencio, silencio era lo único que mis oídos se atrevían a captar.
De pronto algo me sacó de aquella abstracción, algo tan simple como podía ser el golpear en la madera de una puerta.
-Mi señor…-. La voz de Caín atravesó el umbral.
Mi mirada lo fulminó al instante, no soportaba que nadie me molestara en mis pensamientos.
-Como te atreve…-.
-Mi señor-. Me interrumpió.
Si había algo que soportara menos que las molestas interrupciones de mis pensamientos, eso era las molestas interrupciones de mis palabras.
Me dirigí furioso hacia aquel infeliz que permanecía de pie en el umbral de la puerta, sin realizar si quiera movimiento alguno.
Pero justo antes de alcanzar su cuello, me detuve, algo me detuvo, mi cuerpo no reaccionó y mi mirada se quedó perpleja contemplándolo.
-Hola, Samael-. Susurró atravesando la puerta.
En sus ojos no hallé amenaza, mi mano no se lanzó instintiva a mi arma, algo dentro de mí ser intuía que aquella visita no era como la anterior y sonreí, no por diversión, sino por el placer que me producía imaginar el miedo que estaría atenazando a Padre.
-Hola, Gabriel-. Me limité a decir invitándole a entrar. 

miércoles, 15 de febrero de 2012

El Beso de Lucifer IV: Los Hijos de las Tinieblas

El viento nocturno acariciada suavemente su rostro y la luna bañaba de forma delicada su mirada consiguiendo que el reflejo de sus ojos destacase entre las sombras de la noche.
-Magnifica noche-. Expresó a un invisible interlocutor.
A continuación dio otro sorbo a la copa. El líquido carmesí discurrió a través de su garganta, llenándolo de una extraña calidez, que rápidamente fue sustituida por una agridulce melancolía que se apoderó de su brillante mirada.
Suspiro, tragó saliva y volvió a suspirar.
Agarró con fuerza la copa y la alzó al viento, como si dirigiese un honorable saludo a la madre noche, acto seguido la apuró de un solo trago y comenzó a recitar:

“Canta la luna entonando su fúnebre lamento,
que entre rezos y blasfemias enamora a la muerte.
Cuando el caído del cielo acudió al nacimiento,
y las negras alas cubrieron su cuerpo inerte.

Brilla el lucero del alba al fulgente atardecer,
regalando a sus hijos el dulce don de la herejía.
Los besos de sangre marcan el profano placer,
envueltos en las tinieblas de una triste fantasía.

Espectros y fantasmas en un aquelarre de lujuria,
desgarrando de níveos cuellos la preciada vida.
De sangre y sexo se emborrachan las injurias,
y en su vítreo ataúd la piedad cae abatida.

De la noche de los tiempos regresa el condenado
para arrancar los cuerpos de la sepultura.
Bañando las grises almas en tentador pecado,
bajo un pentagrama de infiel amargura.

Escucha mi…”


Algo lo interrumpió, una vaga sombra un sonido distante que rebotaba en los ecos de la oscuridad mecido por el frio viento.
-¿No sigues?-. Preguntó una extraña voz que le resultó un tanto familiar.
Ante tal amenaza, Caín desenvainó su arma retando a las tinieblas a mostrar su rostro.
La voz comenzó a recitar mientras cada vez se mostraba más cercana:

“Escucha mi ruego señor de la oscuridad,
y abre ante mí las puertas del Infierno,
pues mi sangre clama por la inmortalidad,
y mi alma suplica por el placer eterno.”
La hermosa luz de la luna reveló el rostro del recién llegado, provocando que Caín se mantuviera en una posición de alerta constante. No obstante se limitó a seguirle el juego.
-¿Conoces la oración de los hijos de…?-.
-De las tinieblas-. Le interrumpió. – Si, es mi trabajo conocer los secretos de mis adversarios-.
El vampiro frunció el ceño y apuntó a su interlocutor con la espada desenvainada.
-¿Qué has venido a hacer aquí?-.
-He reconsiderado mi posición en esta guerra-. Pronunció
Caín le lanzó una mirada curiosa al mismo tiempo que envainaba su arma y le hacía un gesto para que continuara.
-No me malinterpretes, bebedor de sangre, repugno el hedor que desprende la negrura de vuestras almas y no tengo el más mínimo interés en vuestra patética cruzada, tan solo deseo justicia, algo que ambos deseamos-.
El vampiro se quedó pensativo unos instantes, hasta que le fue ofrecida la mano extendida.
-¿trato?-.
Apenas tuvo que meditarlo, pues su alma lo deseaba, asique extendió su mano y agarró la de su interlocutor sellando de ese modo el pacto.
Solo quedó una cosa por decir, su cerebro lo imagino, sus labios hicieron el resto.
-Es un placer hacer negocios contigo, Gabriel-. Añadió con una lacónica sonrisa…