miércoles, 15 de febrero de 2012

El Beso de Lucifer IV: Los Hijos de las Tinieblas

El viento nocturno acariciada suavemente su rostro y la luna bañaba de forma delicada su mirada consiguiendo que el reflejo de sus ojos destacase entre las sombras de la noche.
-Magnifica noche-. Expresó a un invisible interlocutor.
A continuación dio otro sorbo a la copa. El líquido carmesí discurrió a través de su garganta, llenándolo de una extraña calidez, que rápidamente fue sustituida por una agridulce melancolía que se apoderó de su brillante mirada.
Suspiro, tragó saliva y volvió a suspirar.
Agarró con fuerza la copa y la alzó al viento, como si dirigiese un honorable saludo a la madre noche, acto seguido la apuró de un solo trago y comenzó a recitar:

“Canta la luna entonando su fúnebre lamento,
que entre rezos y blasfemias enamora a la muerte.
Cuando el caído del cielo acudió al nacimiento,
y las negras alas cubrieron su cuerpo inerte.

Brilla el lucero del alba al fulgente atardecer,
regalando a sus hijos el dulce don de la herejía.
Los besos de sangre marcan el profano placer,
envueltos en las tinieblas de una triste fantasía.

Espectros y fantasmas en un aquelarre de lujuria,
desgarrando de níveos cuellos la preciada vida.
De sangre y sexo se emborrachan las injurias,
y en su vítreo ataúd la piedad cae abatida.

De la noche de los tiempos regresa el condenado
para arrancar los cuerpos de la sepultura.
Bañando las grises almas en tentador pecado,
bajo un pentagrama de infiel amargura.

Escucha mi…”


Algo lo interrumpió, una vaga sombra un sonido distante que rebotaba en los ecos de la oscuridad mecido por el frio viento.
-¿No sigues?-. Preguntó una extraña voz que le resultó un tanto familiar.
Ante tal amenaza, Caín desenvainó su arma retando a las tinieblas a mostrar su rostro.
La voz comenzó a recitar mientras cada vez se mostraba más cercana:

“Escucha mi ruego señor de la oscuridad,
y abre ante mí las puertas del Infierno,
pues mi sangre clama por la inmortalidad,
y mi alma suplica por el placer eterno.”
La hermosa luz de la luna reveló el rostro del recién llegado, provocando que Caín se mantuviera en una posición de alerta constante. No obstante se limitó a seguirle el juego.
-¿Conoces la oración de los hijos de…?-.
-De las tinieblas-. Le interrumpió. – Si, es mi trabajo conocer los secretos de mis adversarios-.
El vampiro frunció el ceño y apuntó a su interlocutor con la espada desenvainada.
-¿Qué has venido a hacer aquí?-.
-He reconsiderado mi posición en esta guerra-. Pronunció
Caín le lanzó una mirada curiosa al mismo tiempo que envainaba su arma y le hacía un gesto para que continuara.
-No me malinterpretes, bebedor de sangre, repugno el hedor que desprende la negrura de vuestras almas y no tengo el más mínimo interés en vuestra patética cruzada, tan solo deseo justicia, algo que ambos deseamos-.
El vampiro se quedó pensativo unos instantes, hasta que le fue ofrecida la mano extendida.
-¿trato?-.
Apenas tuvo que meditarlo, pues su alma lo deseaba, asique extendió su mano y agarró la de su interlocutor sellando de ese modo el pacto.
Solo quedó una cosa por decir, su cerebro lo imagino, sus labios hicieron el resto.
-Es un placer hacer negocios contigo, Gabriel-. Añadió con una lacónica sonrisa…




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