domingo, 12 de febrero de 2012

El Beso de Lucifer III: Alas de Cuervo

-Traición-. Susurró el ángel. – ¿Sabes lo que ello conlleva?-. Añadió.
Su interlocutor permanecía en silencio, contemplándole, atento a sus palabras.
-Las órdenes de Padre han sido claras-. Afirmó tajantemente.
-Las órdenes de Padre siempre fueron claras, demasiado…-. Contestó al fin.
Un nuevo silencio más profundo se extendió por toda la estancia.
-¿Insinúas…?-.
-No insinúo nada, Uriel, Solo planteo la posibilidad de que quizás Samael…-.
-Eso ni lo pienses, Zachariel-. Le interrumpió antes de que acabara la frase.
-¿Acaso es traición luchar por libertad?-. Se impuso Zachariel.
Justo en ese mismo instante, pronunciada la última palabra, un trueno resonó y la puerta de la estancia se abrió de golpe dejando al descubierto la figura de un Gabriel empapado por la lluvia. Fuera la tormenta arreciaba con violencia. Dentro las miradas confluían en el recién llegado.
Por un momento se hizo el silencio.
-Ese mensaje…-. Uriel no tuvo tiempo de acabar su frase antes de recibir su respuesta.
-Samael no se rendirá, no lo hizo entonces, no lo hará ahora-. Respondió Gabriel con un desdén de resignación.
Los tres ángeles se quedaron unos minutos cabizbajos, como meditando la situación que aun estaba por llegar.
-Y si…-.
-No sigas de nuevo, hermano, por favor-. Atajó Uriel.
El pensamiento flotaba en la mente de Zachariel, deseaba expresarlo, deseaba que viera la luz, era algo que recorría su espíritu, una necesidad imperiosa.
-Gritos de libertad fue lo que se escuchó entonces. El deseo de sentir las alas al viento, de ser el propio timón de nuestro destino. Atreveos a decirme que acaso nunca lo habéis imaginado-.
Pero ninguno de los presentes soltó palabra alguna. Gabriel se limitó a agachar la cabeza de forma sumisa, mientras Uriel intentaba acallar como ese “libertad” resonaba en su cabeza.
-¿Y si acaso elegimos el bando equivocado? ¿Y si acaso debiéramos estar ahí afuera, sintiendo la lluvia, sintiendo el viento en la cara, luchando por la libertad?-. Añadió a la vez que esperaba escuchar una palabra de aprobación.
Por un instante el silencio se convirtió en tensión, aunque ninguno de aquellos interlocutores seguía sin pronunciar sonido alguno.
-Sal por esa puerta y seré yo mismo quien arranque las alas de tu cuerpo inerte-. Pronunció una potente voz, mientras daba a conocer su figura.
Todos los presentes agacharon sus rostros en motivo de reverencia ante el nuevo visitante, a la vez que Zachariel intentaba si quiera balbucear unas palabras excusantes.
-Miguel, yo…-.
-¿Era blasfemia lo que escuché de tus labios?-. Preguntó iracundo Miguel.
-No… yo tan solo… eran simples imaginaciones-. Intentaba excusarse sin levantar ni un ápice la mirada del suelo.
-¿No? A mí esas imaginaciones me sonaron a blasfemias. Quizás tus compañeros quisieran salir en defensa de esas imaginaciones tuyas-. Respondió sarcástico mientras lanzaba una mirada a los dos ángeles restantes.
Pero el silencio y la indiferencia reinaron en la sala, ninguno dijo nada, tan solo se limitaron a mantener la cabeza agachada y permanecer como grisáceas estatuas de mármol.
-Solo el silencio acude en tu defensa, Zachariel. Lo que me temía, eran blasfemias-.
Miguel, sin dar tiempo a reacción alguna, se abalanzó sobre Zachariel y agarrándolo por el cuello lo levanto en vilo.
Caminó con él levantado, cargando con él como si apenas pesara nada y lo condujo en dirección a la puerta de entrada, la cual se abrió a su paso.
Uriel apenas levantó el rostro unos instantes, lo suficiente para contemplar como Zachariel era conducido afuera de la gran torre en la que se encontraban. Aquella torre que se erigía como una gran aguja de roca negra que se zarandeaba en mitad de un cielo nocturno tormentoso. Y como Gabriel, ajeno al temor de la situación, regalaba una mirada de odio penetrante que se clavaba en un Miguel demasiado ocupado para percibirla.
-¡Tus alas!-. Gritó el arcángel.
Zachariel, ahogado por la presión que ejercía sobre su cuello Miguel, apenas podía respirar, mucho menos pronunciar palabra alguna.
-No me hagas repetírtelo-. Anunció clavando su mirada en él.
Sin tiempo para pensárselo, extendió temeroso sus alas de níveo color.
Miguel se quedó pensativo unos minutos, ladeó la cabeza y finalizó con una leve sonrisa dibujada finamente en su rostro. Acto seguido arrancó de golpe sus alas.
El grito de dolor de Zachariel resonó en los cielos, rivalizando con los truenos, consiguiendo que Uriel cerrara los ojos y apretara firmemente el puño.
Pero rápido fue apagado, pues Miguel arrojó al malherido ángel al interior de la estancia, haciendo que el mismo se empotrara contra la pared.
-¡No hay piedad para los traidores!-. Clamó justo antes de levantar el vuelo para desaparecer en la oscuridad tormentosa.
El agua de la lluvia se filtraba a través del orificio de entrada siguiendo un rastro líquido hasta donde se encontraba arrojado Zachariel, bajo la atenta mirada preocupada de su hermano Uriel.
Pero Gabriel aun permanecía absorto en la tempestad que se desataba fuera, aun permanecía empapado de las finas gotas de cristal. Y como dirigiéndose al mismísimo trueno que se alojaba en las negras nubes, repasaba las palabras de Miguel.
-No hay piedad para los traidores…-. Se decía a si mismo su mente, que resonaba en su cabeza como el eco a través de las montañas.
-No hay libertad para los esclavos…-. Pronunciaban sus labios…


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