“El día de su funeral fue especialmente soleado.
Siempre imaginó que incluso el cielo lloraría su ausencia, pero en aquel lugar
no había tristeza, ni sollozos. No había pesadumbre. No había nada. La fosa se
abría paso desde la yerma superficie hasta las entrañas inconscientes de la
tierra, como una metáfora macabra de su propio vacío existencial. Y aún a pesar
del sopor mortuorio, su ahora inerte vida se deslizaba frente a las cuencas
huecas que tenía por ojos. Fotograma a
fotograma iban formando una película apagada y mediocre. Una existencia vacua,
una melodía que se atenuaba a medida que el silencio y el olvido lo devoraban
todo. Entonces despertó, abrió los ojos y recordó. Recordó que aún estaba
vivo.”
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