-Té-.
Respondió fríamente.
-Perdón,
¿Cómo dice?-.
-Tomo té no
café, señor…-. Aclaró el forense dirigiéndose a la entrada de la sala.
-Andrew,
señor-. Respondió un tanto avergonzado. –Lamento la informalidad de mi actitud,
señor Doyle, pero pensábamos que si volvía a casa querría sentirse integrado
desde el primer momento-. Añadió mostrando un gesto de excusa.
-“Pensábamos”,
¿Quiénes?-. Preguntó inquisitivamente clavando sus ojos azules en los de su
nuevo compañero de trabajo.
-Bueno, verá
señor Doyle, todos…-. No pudo evitar lanzar una furtiva mirada al color anaranjado
del cabello del forense. –Todos hemos leído el informe sobre su persona; los
datos del traslado, su carrera… ya sabe, sana curiosidad de médico forense-.
Una falsa y complaciente sonrisa se dibujó sobre sus labios.
Sospechó
durante unos breves segundos que ese “todos hemos” más bien se refería a un “yo
he”. Al fin y al cabo era sana curiosidad de forense, algo que él comprendía
perfectamente.
-Ah, ¿Es
usted forense?-. Su mirada se volvió seria, como un lobo jugando con su dócil presa.
-Sí señor
Doyle, soy forense auxiliar, bajo su mando señor-. Una extraña sudoración fría
comenzó a apoderarse de él mientras pronunciaba aquellas palabras.
Durante un
breve instante, Doyle volvió la cabeza lanzando un rápido vistazo a aquella
bolsa para cadáveres. El susurro había desaparecido, aquel malsano zumbido que
tanto lo atormentaba se había esfumado. Ahora sólo era lo único que siempre
había sido, un cuerpo muerto cubierto de plástico negro. Giró de nuevo el
rostro hasta su compañero y le dedicó una sonrisa sincera. Una sonrisa impulsada
más por la liberación de la obligación de abrir aquel sucio trabajo, que por
haber conocido a un simpático subordinado.
-No me llame
señor, soy más joven que usted, Andrew. Mi nombre es John, encantado-.
Respondió al fin mientras le estrechaba a la mano al perplejo auxiliar. –Y le
agradecería que se guardase su curiosidad y sus investigaciones para los
cadáveres-. Su tono sonaba serio, pero no amenazante. No lo juzgaba, no podía
hacerlo. Sabía cuan territoriales podían llegar a ser los forenses y él hubiese
hecho lo mismo si un nuevo médico se fuese a instalar en su territorio. Pero
tenía que guardar las apariencias sobre su privacidad. Al fin y al cabo era un
profesional.
-Tomemos ese
té, Andrew-.
La morgue y sala de autopsias se encontraban al final de un largo y monótono pasillo. Apenas una hilera de focos fluorescentes, los conductos de ventilación y enfriamiento y la siempre sutil advertencia que da la propia pared cuando transforma su yeso grisáceo en azulejos color desinfectante. Llegó tan rápido, tan absorto por su necesidad de trabajar que apenas se dio cuenta de los pequeños detalles que de cualquier otro modo jamás se le habrían escapado. El tenue titileo de algún fluorescente, el olor rancio a productos químicos y la siempre sobrecogedora y desagradable sensación de sentirse destemplado. Fuese donde fuese, esa sensación siempre estaba allí. Concordaba a la perfección con la bata color hueso de Andrew, con las abundantes canas que empezaban a crecer en su pelo moreno y con el azul pálido de sus ojos.
Giraron a la
derecha, el pasillo continuaba de la misma manera, a excepción de unas cuantas
puertas que se abrían a ambos lados del mismo. Almacenes de pruebas, productos
químicos y sólo Dios sabe que más se ocultaría en los sótanos de una central de
policía.
-Acogedor,
¿Eh?-. Bromeó Andrew para romper el silencio que se había creado desde que
salieron de la morgue. –La primera vez que puse un pie aquí me puso los pelos
de punta. ¿Sabe esa sensación…-.
-Posiblemente
sea el último lugar en que alguien pensaría para encontrar refugio-. John le
interrumpió. –Y sin embargo yo me siento seguro aquí. Estamos solos aquí abajo,
entre los muertos, si no le incomoda la presencia de los fallecidos, claro. Con
el tiempo uno aprende a temer más la presencia de los vivos, que la de los
propios muertos-.
Andrew
asintió condescendientemente y John mostró un indiferente gesto de complacencia.
Aunque ninguno de los dos quisiese saber en qué pensaba su compañero.
El final del
pasillo desembocaba en un ascensor para ascender hasta la comisaría y los
distintos despachos y departamentos de la policía de Glasgow. Un viejo
montacargas que servía para tanto para transportar trabajadores como trabajo.
Ambos se plantaron frente a sus puertas mientras Andrew comprimía el botón de
llamada.
-Oiga, John,
¿puedo hacerle una pregunta?-. Dijo volviendo la cabeza hacia su nuevo jefe.
-Adelante-.
Respondió sin apartar la mirada de las compuertas del elevador.
-Lo cierto
es que he estado leyendo su informe, respecto a aquel incidente en Belfast y…-.
-¿Por qué se
metió en esto?-. Volvió a interrumpirle. -¿Por qué decidió que la medicina
forense sería lo suyo?-. En ese mismo instante el timbre del ascensor sonó y
ante ellos se abrieron las puertas metálicas.
Durante unos
segundos ambos se quedaron mirándose en silencio frente al hueco vacío que se
había abierto en frente. John con su mirada fija, clavada en los ojos de
Andrew. Su compañero con unos ojos temblorosos y dubitativos intentando huir su
mirada.
-Justicia-.
Respondió al fin. –Es una forma de hacer justicia a quienes ya no tienen voz-.
John colocó
su mano sobre el hombro de su subordinado y lo empujó suavemente junto a sí
dentro del ascensor, apretando al botón que los elevaría hasta la sala
superior.
-A veces,
para dar voz a quienes la han perdido, hay que sobreponerse a las circunstancias-.
Para cuando hubo pronunciado la última palabra, las puertas se habían cerrado y
ambos se elevaban hacia su nuevo destino dentro del edificio.
La sala de
ocio para el personal se encontraba en la primera planta del edificio. Un
pequeño cuarto con una mesa junto a un par de sillas viejas. Una cafetera un
tanto usada, un microondas y unos cuantos elementos comestibles que no tenían
muy buena pinta. El toque final lo daba el efecto luminoso que causaba la ya de
por si escasa luminosidad escocesa proyectándose a través de la ventana e
iluminando un mapa de Glasgow colocado sobre la pared de la sala. Casi como
estatuas inmóviles permanecían en su interior dos individuos con corbata y
aires de pasividad, disfrutando de una taza de café de mala calidad.
Al entrar en
el cuarto de ocio, aquellos dos hombres a penas se inmutaron, como si el asunto
no fuese con ellos.
-Estos son
los inspectores Patrick Craig y Gibbs McKenet. Inspectores, este es el nuevo
forense jefe, el doctor John Doyle-. Casi parecía entusiasmado al decir aquello.
-Hola, ¿Qué
hay?-.
-Encantado-.
Aquello
confirmaba la teoría de John sobre que Andrew era el único que había sido lo
bastante astuto como para comprobar el historial de su nuevo compañero de
trabajo. O tal vez lo suficientemente estúpido como para ser el único en delatarse
a sí mismo.
-Encantado,
señores-. Respondió John mientras se acercaba a estrecharles la mano.
Justo en ese
preciso instante la puerta de la sala se abrió tras de ellos, dejando entrar a
una mujer rubia con uniforme de trabajo, paso decidido y actitud extrañamente
agresiva.
-¡Se acabó
el recreo, muchachos, tenemos trabajo!-. Exclamó al entrar.
-Y como no,
la siempre encantadora comisaria Kelly-. Añadió burlescamente Andrew,
provocando que la recién llegada se dirigiese ante la pareja de médicos
forenses.
-Ah, usted
debe ser el doctor Doyle, el nuevo forense-.
-Si acabo de
llegar y…-.
-Lamento no
tener tiempo para presentaciones y protocolos, pero tenemos trabajo. Han
hallado un cuerpo-. Fue extraño por un segundo que él fuese el interrumpido.
No estaba
acostumbrado a tratar con una personalidad más fuerte que la suya.
-Y tengo un
cuerpo esperando abajo, en el depósito-. Consiguió terminar la frase.
Por un
instante todos le miraron extrañado. Era raro que alguien prefiriese pasar su
tiempo trabajando en aquel frío sótano, antes que salir a la calle e
inspeccionar con sus propios ojos la escena de un crimen.
-Por todos
los santos, John, vaya a hacer algo de trabajo de campo, le vendrá bien. Yo me
ocuparé del cuerpo de allá abajo. Al fin y al cabo soy el forense auxiliar.
Por un
instante un flashazo le bombardeó el cerebro. Un escalofrió le recorrió toda la
columna y no pudo evitar que la imagen de aquella bolsa negra de plástico tomase
el control de su propia mente. Recordó aquellos susurros y el desagradable
zumbido. Fue apenas una fracción de segundo, pero se quedó sin habla, incluso
le costó pronunciar algo sin tartamudear.
-Pero yo…-.
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