jueves, 28 de mayo de 2015

Recuerdo Infantil

El era un niño cuando la conoció. Pero era capaz de recordarla como si la estuviera viendo. Ella tenía una preciosa melena de cobre, rizado, suave, sedosa, los ojos grandes, azules, con pestañas rizadas, la nariz pequeña, preciosas pecas, los labios carnosos, la piel dorada. Aún recordaba como ambos jugaban juntos a la sombra de aquellos árboles cuyos nombres nunca había sido capaz de memorizar. El sol del otoño apenas alcanzaba a tostar sus pálidas pieles y los suaves vientos arremolinaban la hojarasca seca como un preludio del invierno venidero. Apenas presentían la sombra de la podredumbre que sobre ellos se cernía y tampoco hicieron caso a los funestos graznidos de los cuervos, siempre señales de malos augurios. Aunque estos se cumpliesen quince años después.

Ahora que el ansia devoradora de las llamas se reflejaba en sus pupilas todos los recuerdos de tiempos felices se agolpaban junto a las puertas de su memoria. Casi parecía como si también quisiesen arder junto a su alma en la gran hoguera purificadora. No había descanso en aquel lugar para el pecado, aún cuando el demonio había logrado anidar en los corazones de sus vecinos y de... su amada. Como una maraña de espinas, aquel vasto y oscuro poder había desgarrado todo lo luminoso que había en lo poco que ella mantenía de su espíritu. O al menos aquello era lo que les era lícito creer.

Él era ahora un hombre de Dios. Quizás nunca hubo nacido para tal cometido, pero las vicisitudes del destino lo habían colocado en aquella incomoda y traicionera posición. Su deber era acabar con el pecado allá donde se manifestase y bajo cualquier forma que adoptase. Incluso cuando tomase la apariencia del amor inocente. Sabía que aquella ya no era la mujer de la que una vez estuvo enamorado, sabía que no era la niña con la que tiempo atrás jugaba bajo los arboles de nombre desconocido. Lo sabía, su alma desconfiaba, su cerebro vacilaba, pero si fe le mantenía firme en aquella creencia.

"Ego te absolvo in nomine patris et filio et espiritui sancto". Pronunció mientras su mano realizaba un tembloroso gesto en forma de cruz, a la vez que una tímida y vergonzosa lágrima brotaba de sus ojos y resbalaba por su mejilla. En aquella santa tierra, ahora infestada y corrompida por la semilla del mal, no había lugar para la piedad, ni para la misericordia. La luz de Dios no osaba penetrar donde la mano del diablo había cultivado su mal. Y el hombre, el nacido del pecado, debía dictar sentencia y ejecutar la pena que erradicara la vileza de raíz. No, en aquella tierra no había compasión. Ni siquiera para los corazones que una vez compartieron destino. Ni siquiera para quienes una vez se juraron amor eterno.


lunes, 18 de mayo de 2015

A obscuras horas de madrugada

Brillaban tenues las velas
A obscuras horas de madrugada,
Temblorosas y temerosas de que noche,
Embebida de sueños y tinieblas,
Devorara en silencio sus llamas.
Era quizás la hora sombría
En que viejas historias se consumen
Junto al fuego mortecino de la hoguera.
Cuentos de espectros y de brujas,
de aullidos de los lobos a la luna
Y de sibilantes camposantos.
Con los fatuos titilantes en la niebla
Y la luz trémula del candil
Sosteniendo el aliento de la velas.
Era aquella hora aciaga
En que los vivos suaves reposan,
En qué los muertos altos caminan.
Quien ni vivo ni muerto
Recorre, farol en mano,
Los recónditos senderos de la noche
Entre el lúgubre bosque de lápidas.
A través del viejo camino,
Oculto a los ojos en tinieblas,
Conjura sombrías fantasmas 
De otras horas y otros tiempos.
¿A quien convoca aquella alma
Atormentada por espectros olvidados?
Brillaban tenues las velas
Entre el sendero de los ataúdes,
Pero nadie acudió a su brillo.
Aquella sombra bruja permanecía
Taciturna y solitaria entre lápidas
A obscuras horas de la madrugada.


lunes, 11 de mayo de 2015

Little Black Riding Hood

-¿Sabes una cosa? No existen los héroes-. Dijo mientras se limpiaba la suciedad bajo las uñas con un cuchillo mellado. -No los héroes vivos-. Añadió con una siniestra media sonrisa en los labios mientras la apuntaba con aquel trozo de metal sin filo. -Lo que hace héroe al asesino es la grandeza con la que muere y la fama que se lleva a la tumba-. Dijo dejándose caer sobre un antiguo y deslustrado sillón.

-Mira a tu alrededor, estamos solos en medio de la nada. Perdidos en una inmensidad de cientos de millas de terrenos boscosos, fría nieve y manadas de lobos que despedazarían tu cuerpo ahora mismo sin dudarlo un sólo instante. Ahí afuera sólo te espera la muerte-. Dijo señalando la puerta de la cabaña con el herrumbroso cuchillo. -Una muerte lenta y fría hasta que tu miserable cadáver destripado por colmillos de lobo se congele entre los malditos árboles-. Apuntó de forma pausada mientras en su rostro se dibujaba una mueca de sadismo lupino. -Aquí sólo estamos tú y yo. Tú sólo eres una pobre y afligida princesita en apuros, lo que me convierte a mí en lo más parecido a un héroe en millas a la redonda-. Clavó el arma afilada en uno de los brazos del viejo sillón en el que se encontraba sentado y soltando una breve risotada se levantó en dirección a la chica atada sobre la silla. Su paso era lento pero decidido y a cada movimiento la madera del suelo crujía con un desagradable gruñido que sonaba a podrido. Paso a paso hasta que se hubo colocado frente a ella de forma tan cercana que podía apreciar su olor a moras silvestres, virginidad temblorosa e inocencia perdida.

Sus ojos se clavaron en los de ella a la vez que colocaba sus enormes manos sobre sus hombros. Eran como zarpas de oso con descoloridas uñas llenas de suciedad. Pero no le importó, estaba concentrada en aquella mirada de bestia salvaje y en las palabras que salían de su boca junto a un apestoso aliento.

-Aquí, dentro de estas cuatro paredes yo seré tu villano y tu héroe; tu dios y tu demonio. Crearé tu propio infierno; especialmente diseñado para que sufras hasta poner tu cuerpo y tu alma al límite, seré tu perfecto demonio. Entonces, cuando no puedas soportar más dolor, me convertiré en tu héroe y te liberaré del sufrimiento a través de la muerte de tu cuerpo.- Dijo casi saboreando cada una de las palabras que pronunciaba. -Pero tu alma... tu alma es mía para siempre.- Añadió entre enfermizas risas justo antes de pasar su lengua por el cuello y parte de su rostro femenino, dejando un sendero de saliva sobre su piel y rematando la hazaña con una mueca de satisfacción lasciva.

-Te equivocaste-. Pronunció ella desafiante, interrumpiendo su discurso y logrando cortar de golpe las risotadas y sus macabros juegos. El rostro de sádica felicidad de él se tornó en amarga ira aderezada con toques de intriga.

-¿Qué quieres decir? ¡Habla!-. Dijo acercando las manos a su cuello como si fuese a estrangularla.

Ella sonrió lacónicamente.

-Estamos tú y yo solos, es cierto. Quizás los héroes no existan tampoco. Pero yo no soy princesa, te has equivocado de cuento-. Según terminó de pronunciar aquellas palabras, le propinó un fuerte cabezazo en la cara logrando partirle el tabique nasal y hacerle retroceder con una nariz chorreando sangre.

-¡Serás puta!-. Gritó él mientras se llevaba las manos a la nueva herida que tenía en el rostro.

Ella aprovecho para zafarse de las ataduras maltrechas que la mantenían retenida en la silla y se lanzó contra él, propinando una sucesión de rápidos golpes que impactaron en su pecho, estómago y riñones y que lograron hacerlo retroceder en dirección al sillón.

-Puta no, pero también jodo por dinero-. Añadió ella a la vez que le propinaba un fuerte puñetazo en la mandíbula.

-¡Te mataré, maldita zorra!-. Gritó haciéndose con el cuchillo mellado que había dejado clavado en el brazo del viejo sillón. Lanzaba puñaladas al aire con el afán de atravesar su cuerpo, pero resultando en un vano gasto de energía. Estocadas y tajos que no impactaban en objetivo alguno, hasta que ella logró atrapar su brazo y agarrándolo por la muñeca lo retorció contra su espalda. Él emitió un profundo grito de dolor y dejo caer el arma blanca que fue atrapada al vuelo por ella, quien soltando su brazo y realizando un movimiento giratorio, logró acuchillar el riñón de aquel hombre. Nuevamente el ambiente quedó inundado por un grito de dolor rabioso y desgarrado. Él apenas tenía fuerzas y soltaba sangre por varios puntos de su cuerpo, por lo que apenas se había convertido en un muñeco de trapo en sus manos.

-Sólo eres una princesita en apuros, pero nada has de temer; yo seré tu héroe y te liberaré del sufrimiento de este mundo-. Dijo ella sacándolo fuera de la cabaña de una patada en el estómago y cerrando tras de sí el portón de madera. El aullido de los lobos comenzaba a acercarse a través del helado viento y el olor de la sangre que emanaba de sus heridas atraía a las bestias como si fuese un dulce caramelo.

-Por el amor de Dios, ¡No me dejes aquí fuera! Déjame entrar, ¡Mátame! Pero no me dejes aquí fuera-. Suplicaba inútilmente entre lloriqueos de pánico y dolor mientras arañaba con sus sucias uñas la puerta. La sangre comenzaba a formar un pequeño charco sobre la nieve de la entrada, mientras que las huellas ensangrentadas de sus manos tintaban la puerta de entrada. Estaba solo y era un festín para las criaturas de los bosques que empezaban a agolparse a su alrededor. -Por lo más sagrado que exista, ¡Déjame entrar!-.

-Lo siento, pero no puedo ayudarte, no existen los héroes-. Sentenció ella desde el otro lado de ese portón de madera que separaba el mundo de los vivos y aquel infierno de aullidos helados.


jueves, 7 de mayo de 2015

Solo Oscuridad.

La maldición llegó a mí una fría noche de otoño, ocultando con su manto el pálido brillo de la Luna. En forma de sensual abrazo me envolvió la oscuridad, apenas un chasquido de sus dedos, un crujido de mis huesos... y morí. Recuerdo mi cuerpo inerte desplomado sobre el suelo de mi cuarto. Permanecía allí inmóvil, sintiendo el paso de décadas completas frente a mis ojos apagados. Y sin embargo tan sólo una noche sucedió hasta el amanecer. Escuchaba el aletargado susurro de la Muerte cantando canciones de cuna en mi oído. Los ritmos fúnebres de mi propio entierro me invitaban a adentrarme en las profundidades del infierno, pero no había alma capaz de embarcarse al otro mundo. Aquel día Caronte no obtuvo su pago, mi cuerpo yació bajo la húmeda tierra del cementerio y mi alma fue desgarrada en mil pedazos y devorada por una bestia salvaje.

No había luz al final del túnel, sólo oscuridad. Fui consciente de la nada más absoluta y de cómo la negrura ocupaba la dimensión infinita de mi mundo. Quizás el Infierno fuese aquel perpetuo baldío de tinieblas sin fin. Estar muerto es caer en la nada, desaparecer. Sentí miedo, nostalgia después y tras esto, sólo ira. Una ira voraz y sanguinaria contra la vida, contra la muerte, contra Dios y contra el vil Demonio que había ingeniado semejante tortura. Al final todos mis sentimientos se apagaron, todos salvo uno: Un hambre voraz, un deseo profano que no podía satisfacer en aquel limbo tortuoso. Aquel instinto sólo fue el principio, después un crujido de la madera rompió el silencio. El rumor de la tierra en la noche y finalmente el renacimiento de un alma condenada a vagar bajo la eterna Luna de su inmoralidad blasfema.

Mi corazón ya no latía al ritmo de la vida; no sentía alegría, ni desdicha. Sólo el profundo vacío del eterno abismo; un demonio interno hambriento e insaciable. El precio a pagar por la eternidad fue extremadamente elevado: La soledad inmortal. No habría un dios que me protegiese en la oscuridad, no habría calor ni luz que guiasen mi camino, no habría quien sostuviera mi mano en la no vida. Sólo vacío. No vivo, muero, sólo cazo. Como un depredador del Inframundo. ¿Qué soy? Nada. Polvo. Un cadáver. Soy colmillos en la oscuridad. Soy alas en la noche. Soy el consuelo de necios. Estoy muerta y tengo hambre.


sábado, 2 de mayo de 2015

¡Bang, Bang!

El arma se encontraba descargada sobre el mostrador.
-Dos tiros con este calibre, ¡Bang, bang! Y no le habrá dado tiempo ni a redactar su jodido testamento-. Dijo sonriendo de forma sádica a la vez que sostenía una bala entre sus dedos índice y pulgar.
-¿Dos? ¿No tiene algo que mate de un solo disparo?-.
-Bueno, eso ya depende de su puntería... y de la distancia. A menos de veinte metros esta maravilla fabricará un bonito cadáver con un maloliente agujero nuevo-. Guiñó un ojo mientras mantenía esa perturbadora sonrisa.
Cogió el arma lentamente, como si el tiempo no existiese. De igual forma retiró la bala de manos del vendedor y la introdujo en el cargador de tambor del arma ante la malsana sonrisa del comerciante. Cerró el cargador y con un movimiento corto pero intenso hizo girar la ruleta de metal dentro del arma.
-¿Y a quemarropa? Directo, entre los ojos, ¿Qué haría?-. Dijo colocando el cañón sobre la sudorosa frente del ahora no tan sonriente armero.
-Supongo que...-. Tragó saliva. -Supongo que no me gustaría ser el tipo al que le tocase recoger ese estropicio-. Su sonrisa se volvió apretada y tímida, casi como un vago tartamudeo.
¡Click! Apretó el gatillo disparando nada, silencio y miedo por aquel revolver.
-Me gusta. ¿Puede envolverla para regalo?-. Dijo vaciando el cargador en su mano y entregando el arma.
-S... si, si, por supuesto. ¿De... desea algo más el caballero?-. De pronto sus modales se volvieron terriblemente educados.
-No gracias-. Dijo a la vez que tomaba el arma y entregaba a cambio el dinero. -A no ser que haya cambiado de parecer en aquello en lo de recoger estropicios-. Añadió.
-¿Perdón?-. Su sonrisa ya se mostraba enormemente forzada.
-Nada, olvídelo, sólo era una broma-.Dijo dirigiéndose hacia la salida. -Por cierto, ¿Sabe dónde puedo contratar un buen servicio de limpieza?-. Sonrió desde la puerta.
-Eh...-. El dependiente permaneció con una extraña mueca de temor y desconfianza.
-No se preocupe, gracias por todo-. Colocó sus dedos simulando una pistola -¡Bang, bang! Ya nos veremos-. Y se marchó con una nueva sonrisa con la campanilla de la puerta sonando tras de sí.