lunes, 11 de mayo de 2015

Little Black Riding Hood

-¿Sabes una cosa? No existen los héroes-. Dijo mientras se limpiaba la suciedad bajo las uñas con un cuchillo mellado. -No los héroes vivos-. Añadió con una siniestra media sonrisa en los labios mientras la apuntaba con aquel trozo de metal sin filo. -Lo que hace héroe al asesino es la grandeza con la que muere y la fama que se lleva a la tumba-. Dijo dejándose caer sobre un antiguo y deslustrado sillón.

-Mira a tu alrededor, estamos solos en medio de la nada. Perdidos en una inmensidad de cientos de millas de terrenos boscosos, fría nieve y manadas de lobos que despedazarían tu cuerpo ahora mismo sin dudarlo un sólo instante. Ahí afuera sólo te espera la muerte-. Dijo señalando la puerta de la cabaña con el herrumbroso cuchillo. -Una muerte lenta y fría hasta que tu miserable cadáver destripado por colmillos de lobo se congele entre los malditos árboles-. Apuntó de forma pausada mientras en su rostro se dibujaba una mueca de sadismo lupino. -Aquí sólo estamos tú y yo. Tú sólo eres una pobre y afligida princesita en apuros, lo que me convierte a mí en lo más parecido a un héroe en millas a la redonda-. Clavó el arma afilada en uno de los brazos del viejo sillón en el que se encontraba sentado y soltando una breve risotada se levantó en dirección a la chica atada sobre la silla. Su paso era lento pero decidido y a cada movimiento la madera del suelo crujía con un desagradable gruñido que sonaba a podrido. Paso a paso hasta que se hubo colocado frente a ella de forma tan cercana que podía apreciar su olor a moras silvestres, virginidad temblorosa e inocencia perdida.

Sus ojos se clavaron en los de ella a la vez que colocaba sus enormes manos sobre sus hombros. Eran como zarpas de oso con descoloridas uñas llenas de suciedad. Pero no le importó, estaba concentrada en aquella mirada de bestia salvaje y en las palabras que salían de su boca junto a un apestoso aliento.

-Aquí, dentro de estas cuatro paredes yo seré tu villano y tu héroe; tu dios y tu demonio. Crearé tu propio infierno; especialmente diseñado para que sufras hasta poner tu cuerpo y tu alma al límite, seré tu perfecto demonio. Entonces, cuando no puedas soportar más dolor, me convertiré en tu héroe y te liberaré del sufrimiento a través de la muerte de tu cuerpo.- Dijo casi saboreando cada una de las palabras que pronunciaba. -Pero tu alma... tu alma es mía para siempre.- Añadió entre enfermizas risas justo antes de pasar su lengua por el cuello y parte de su rostro femenino, dejando un sendero de saliva sobre su piel y rematando la hazaña con una mueca de satisfacción lasciva.

-Te equivocaste-. Pronunció ella desafiante, interrumpiendo su discurso y logrando cortar de golpe las risotadas y sus macabros juegos. El rostro de sádica felicidad de él se tornó en amarga ira aderezada con toques de intriga.

-¿Qué quieres decir? ¡Habla!-. Dijo acercando las manos a su cuello como si fuese a estrangularla.

Ella sonrió lacónicamente.

-Estamos tú y yo solos, es cierto. Quizás los héroes no existan tampoco. Pero yo no soy princesa, te has equivocado de cuento-. Según terminó de pronunciar aquellas palabras, le propinó un fuerte cabezazo en la cara logrando partirle el tabique nasal y hacerle retroceder con una nariz chorreando sangre.

-¡Serás puta!-. Gritó él mientras se llevaba las manos a la nueva herida que tenía en el rostro.

Ella aprovecho para zafarse de las ataduras maltrechas que la mantenían retenida en la silla y se lanzó contra él, propinando una sucesión de rápidos golpes que impactaron en su pecho, estómago y riñones y que lograron hacerlo retroceder en dirección al sillón.

-Puta no, pero también jodo por dinero-. Añadió ella a la vez que le propinaba un fuerte puñetazo en la mandíbula.

-¡Te mataré, maldita zorra!-. Gritó haciéndose con el cuchillo mellado que había dejado clavado en el brazo del viejo sillón. Lanzaba puñaladas al aire con el afán de atravesar su cuerpo, pero resultando en un vano gasto de energía. Estocadas y tajos que no impactaban en objetivo alguno, hasta que ella logró atrapar su brazo y agarrándolo por la muñeca lo retorció contra su espalda. Él emitió un profundo grito de dolor y dejo caer el arma blanca que fue atrapada al vuelo por ella, quien soltando su brazo y realizando un movimiento giratorio, logró acuchillar el riñón de aquel hombre. Nuevamente el ambiente quedó inundado por un grito de dolor rabioso y desgarrado. Él apenas tenía fuerzas y soltaba sangre por varios puntos de su cuerpo, por lo que apenas se había convertido en un muñeco de trapo en sus manos.

-Sólo eres una princesita en apuros, pero nada has de temer; yo seré tu héroe y te liberaré del sufrimiento de este mundo-. Dijo ella sacándolo fuera de la cabaña de una patada en el estómago y cerrando tras de sí el portón de madera. El aullido de los lobos comenzaba a acercarse a través del helado viento y el olor de la sangre que emanaba de sus heridas atraía a las bestias como si fuese un dulce caramelo.

-Por el amor de Dios, ¡No me dejes aquí fuera! Déjame entrar, ¡Mátame! Pero no me dejes aquí fuera-. Suplicaba inútilmente entre lloriqueos de pánico y dolor mientras arañaba con sus sucias uñas la puerta. La sangre comenzaba a formar un pequeño charco sobre la nieve de la entrada, mientras que las huellas ensangrentadas de sus manos tintaban la puerta de entrada. Estaba solo y era un festín para las criaturas de los bosques que empezaban a agolparse a su alrededor. -Por lo más sagrado que exista, ¡Déjame entrar!-.

-Lo siento, pero no puedo ayudarte, no existen los héroes-. Sentenció ella desde el otro lado de ese portón de madera que separaba el mundo de los vivos y aquel infierno de aullidos helados.


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