domingo, 27 de noviembre de 2011

En el Ojo de la Tormenta: Parte I

El frío viento del norte le golpeaba el rostro con dureza y agitaba en el aire su larga melena de finos cabellos rubios de tono plateado. La tormenta azotaba súbitamente la embarcación, zarandeándola bruscamente, reduciéndola a un simple pedazo de madera perdido en una vorágine de negras olas, mientras la fuerte lluvia lo empapaba todo. El cielo descargaba toda su furia desgarrando la noche con sus rugidos centelleantes, pero él se mantenía firme como una roca y desde su posición en la proa del drakkar contemplaba el horizonte. Sus profundos  ojos azules grisáceos brillaban con un fulgor antinatural mientras contemplaba como los fuegos de la batalla y el clamor del dolor que produce la carne al desgarrase irrumpían en la negrura de la oscuridad nocturna. Su nombre era Khain Deathcröw.
Conforme la nave se acercaba a la costa su ira se intensificaba, el dulce olor a sangre y acero le inundaba las fosas nasales y le proporcionaba un cierto placer.
Con su gran espada desenvainada frente a sí, podía contemplar en el reflejo de la hoja como el agua de la lluvia resbalada por su rostro hasta llegar a su recortada perilla, para luego precipitarse en pequeñas gotas. Cuan insignificante era la vida que tan frágilmente caía bajo el acero.
El sonido seco que produjo la embarcación al llegar a tierra y el ferviente rugido de los guerreros al desembarcar le sacó de su ensoñación y le devolvió al fragor de la batalla y de un salto descendió del barco espada en mano, dispuesto a derramar la sangre que fuera necesaria con tal de conseguir su objetivo. Pero esta vez no eran las casas ardiendo, ni las pilas de cadáveres sangrantes, ni siquiera las hordas guerreras que se enfrentaban entre sí bajo la tormenta, nada de eso llamó su atención, tan solo la vaga silueta de aquel monumento que sobresalía del paisaje como si de una gigantesca roca negra se tratase.
Había seguido su rastro durante días, este  lo había conducido hasta aquel lugar, una vieja catedral a medio construir, que sobresalía en mitad de aquella población costera y a la que sus constructores, habían abandonado en el olvido reduciéndola a un montón de ruinas que servían de cobijo a criaturas como esas.
Ese era precisamente su objetivo y no dejaría que nadie se interpusiera ante él, de modo que agarrando firmemente su espada se lanzó al combate en dirección a aquella edificación.
No le importaba cuantos cayesen bajo su espada, simplemente avanzaba cortando carne y acero por igual, se abría paso entre los combatientes como una bestia enloquecida haciendo un festín con la sangre de cuantos se interponían ante su espada, hasta llegar a las enormes puertas del edificio, las cuales abrió de una fuerte patada.
La luz de las llamas penetró en la oscuridad de la vieja catedral dibujando la silueta del guerrero, quien avanzaba lentamente hacia su interior con su ropa de cuero empapada a partes iguales de agua y sangre.
El interior del edificio era silencioso en contraste con la brutalidad del exterior y más aun cuando sus puertas se cerraron de golpe dejándole atrapado dentro en la más absoluta oscuridad, ajeno al exterior y con la única compañía de su espada teñida carmesí.
-Vienes a morir guerrero maldito –dijo una profunda y gutural voz aguda salida de la oscuridad.
Bastó esta advertencia para ponerlo en guardia...


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