martes, 29 de noviembre de 2011

En el Ojo de la Tormenta: Parte II

Aquella oscuridad tan solo era rota por el lúgubre fulgor rojizo que producían los ojos de aquellas criaturas que rápidamente iban poblando toda la estancia.
Una risa profunda inundó el ambiente seguida de un: ¡Matadle! Y las decenas de ojos escarlata de abalanzaron sobre él en la oscuridad.
Un sonido seco y metálico de las armas resonó en toda la habitación y el combate comenzó.
Aquella fúnebre oscuridad, los rayos de luz de la tormentosa luna que se filtraban hacia el interior por las pequeñas rendijas casi inexistentes  y su espada despedazando a sus enemigos, no podía haber nada mejor.
De vez en cuando,  el sonido metálico era sustituido por un desgarre de carne, por un destripamiento sangriento y por la iluminación de los cuerpos al arder en llamas.
Era lo que les pasaba a los vampiros al morir, era como si de pronto aquellos cuerpos fuertes sintieran el paso del tiempo en solo una centésima de segundo y como si el fuego del mismísimo infierno los reclamara para sí, por eso se prendían en llamas y se reducían a polvo.
Cuando el último de esos monstruos fue abatido, un centelleante relámpago penetró por una de las rendijas y la gran sala volvió de nuevo a iluminarse por unos segundos, mostrando los restos de la carnicería. Sangre, vísceras y huesos calcinados.
Su mirada se concentro esta vez en las escaleras que conducían a la torre principal, la única torre que se alzaba sobre aquellas ruinas. Sabía que alguien lo estaría esperando allí arriba, preparado para emboscarle desde las tinieblas, asique sin pensárselo dos veces subió raudo escaleras arriba.
Llegó a lo alto de la torre, a la habitación superior, pero no encontró nada salvo oscuridad, escombros y un enorme agujero en el muro de la torre por el que la tormenta había encontrado un modo de entrar en el edificio. Sin envainar la espada empapada de sangre muerta penetró lentamente en la oscuridad.
El sonido carraspeante  y metálico que producía su colgante destacaba por encima de cualquier otro sonido. Un ankh alado de plata finamente elaborado, y decorado hasta el más mínimo detalle que colgaba de una cadena a su cuello y que producía el característico sonido metálico al deslizarse por la misma.
De pronto algo se movió en aquel lugar, un vago ruido bastó para ponerlo en alerta, se giro pero solo encontró  sombras.
Estaba a punto de bajar la guardia cuando en el reflejo de su arma pudo ver los dos ojos rojos brillantes acechándolo desde su espalda. Rápidamente se dio media vuelta y con un movimiento ascendente de espada bloqueó su ataque. Aquel monstruo se revolvió y,  de un fuerte manotazo,  hizo que su arma cayera  al suelo, al mismo tiempo lo agarró por el cuello y lo levantó asfixiándolo.
La criatura era realmente horrible, piel grisácea y arrugada, garras en lugar de manos y pies, y unas alas de murciélago que le emergían de los hombros. Era sin duda el patriarca del clan.
-Voy a devorar tu sangre, pagarás por lo que has hecho esta noche- dijo el chupasangre con un extraño acento.
-Tus últimas palabras- dijo nuevamente sonriendo bestialmente y mostrando su enorme boca llena de babas y dientes amarillentos...



No hay comentarios:

Publicar un comentario