jueves, 1 de diciembre de 2011

En el Ojo de la Tormenta: Parte III

Mientras que, con una mano intentaba zafarse de la presa que le había hecho el vampiro, con la otra trataba de desenvainar una daga de plata, que siempre llevaba oculta en la cintura bajo los retazos de tela que cubrían el cuero que conformaba su vestimenta..
-¿Sois… sois siempre…?- le costaba pronunciar las palabras debido a la fuerza con la que el monstruo le oprimía el cuello.
-¿Sois siempre tan feos como tú?- dijo del tirón mientras con la daga ya desenvainada le sacaba un ojo.
La bestia lo soltó y emitió un fuerte y agudo chillido de dolor.
Él mientras tanto, había recuperado el oxígeno perdido y había fijado su mirada en la espada que yacía en el suelo, su espada.
El monstruo se lanzó tan salvajemente sobre él, que casi no tuvo tiempo de reaccionar pero, con un movimiento ágil,  rodó entre las piernas de la bestia, esquivando su fiero ataque y nuevamente con la daga en la mano la lanzó con todas sus fuerzas, logrando que se clavara hasta el fondo en el costado de la bestia, que emitió un horroroso grito de dolor. El olor de la humedad y la sangre impregnó toda la estancia y Khain aprovechó para acercarse a su espada y rápidamente recuperarla.
El vampiro lo miraba fijamente con el único ojo que le quedaba, mientras que de la cuenca vacía del otro fluía la sangre como si de una fuente se tratara.
-¡Muere!- grito la bestia en su extraño idioma mientras se abalanzaba sobre él. Pero esta vez él fue más rápido y con un fluido movimiento de espada cortó el abdomen de la bestia provocando que esta se desplomara de rodillas sobre el suelo, soltando nuevamente una cantidad abundante del rojo líquido.
-Debiste haber muerto hace mucho tiempo. Has caminado un largo viaje en un desierto sin sol buscando una luz perdida, pero es inútil. Pronto sentirás el frio toque de la muerte y desaparecerás de este mundo para siempre- dijo entre moribundas risas.
-Estás muerto humano- al vampiro le costaba hablar y cada vez que lo hacía expulsaba sangre por la boca.
-Déjame que te cuente un secreto- dijo él mientras, sujetando firmemente la espada con ambas manos, se acercaba al chupasangre.
-Yo no soy humano- y con un movimiento rápido y seco de espada rebanó la cabeza del monstruo, que rodó por el suelo hasta sus pies, soltando, aun si cabía, más sangre. Acto seguido el cadáver entro en combustión iluminando la oscura habitación con el color anaranjado de sus llamas hasta que solo quedó un montón de huesos hechos ceniza.
Él, tras limpiar sus armas de la sangre de sus enemigos y devolverlas a sus vainas, se dirigió hacia el agujero en el muro y como dirigiéndose al viento de la noche dijo:
-Largo tiempo he caminado, pero mi viaje pronto llegará a su fin, todo acabará como debió haber finalizado en su tiempo y esta vez será su sangre la que sirva de festín a los cuervos-.
Y se quedo allí inmóvil contemplando los furiosos rugidos que producía la tormenta y como su devastador resplandor resquebrajaba el cielo nocturno.


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